Sueños herejes - En memoria de Raúl
Sendic
por Jorge Zabalza
25 de abril 2013
Cuenta el
Flaco Beletti que a fines de los ’50 encontró a Raúl Sendic repartiendo unos
pequeños volantes en un acto electoral del Partido Socialista. Estaban escritos
a mano e interrogaban imperativamente a quienes los recibían: “¿Diga si los
trabajadores en la URSS participan en la determinación de su salario?”.
Las contradicciones que agitaban el experimento soviético no estaban a la vista, por el contrario, las velaban un sinfín de complejidades culturales, políticas y hasta socio-sicológicas. Para explorar mares tan procelosos, Raúl Sendic utilizó como brújula la forma de fijar el monto de los salarios en la URSS. La anécdota sirve para revelar los caminos que transitaba el pensamiento de Raúl, un estudioso de los clásicos del marxismo y profundamente comprometido con la emancipación de los asalariados.
El
capitalismo transforma al trabajador en un objeto que se compra en el mercado
laboral al menor precio posible. No tiene en cuenta sus necesidades vitales y
culturales, lo considera una simple cifra de la ecuación económica, le hace
perder la naturaleza humana y lo convierte en instrumento que sólo sirve para
generar ganancias. En el acto de fijar el precio de la fuerza de trabajo
alcanza su máxima intensidad la alienación; hasta el propio individuo forzado a
venderse actúa como si se considerara un objeto.
De ahí
que la preguntita del volante casero no tuviera nada de inocente. Entrañaba una
crítica muy seria al Partido Comunista de la URSS y al Estado soviético. Por
más que el primero se autodenominara representante de los intereses de la clase
obrera y el segundo cubriera todas las necesidades terrenales de la población
(alimentación, trabajo, vivienda, educación y salud), los trabajadores no
participaban en la determinación de su salario y, en consecuencia, seguían
siendo considerados una cosa, una cifra en el plan de producción. .
A pesar de este hecho innegable, quienes en Uruguay se encargaban de hacer apología, sostenían que en la URSS se había avanzado hasta casi tocar el comunismo con la punta de los dedos. En los ’90 estos feligreses fueron sorprendidos por el derrumbe de la iglesia y recién entonces, rotos los cordones umbilicales y para explicarse las causas del desastre, se vieron obligados a pensar por sí mismos. En cambio Raúl Sendic, que jamás se dejó encadenar a dogmas y versos oficiales y que siempre fue capaz de percibir lo esencial con su ojo crítico, ya antes de lo ’60 había comprendido que en la URSS las “armas melladas” estaban empujando hacia la restauración del capitalismo. Raúl percibió que el hecho sustancial consistía en que, por debajo de las versiones y los números “oficiales”, los asalariados soviéticos estaban tan lejos de su emancipación como antes de octubre de 1917, mientras que él entendía que los asalariados eran lo suficientemente adultos como para hacerse cargo de la resolución de sus propios asuntos y determinar por sí mismos el monto de sus propios ingresos en función de sus necesidades y las de la comunidad. Y sabía que ésa era la senda de la emancipación social. Como Ernesto Ché Guevara creía que la revolución era esencialmente un fenómeno de consciencia.
El salario, un motivo para laburar.
En la antigüedad se utilizaron argumentos más que contundentes
para persuadir a los esclavos que trabajaran hasta el fin de sus días. En el
medioevo los siervos también supieron de la fuerza bruta de los señores.
Debieron sucederse varias revoluciones para descubrir que el mejor negocio era
colocar la gente en condiciones que los forzaran a venderse por un salario.
Desde entonces la necesidad de ganarlo para consumir, despierta al trabajador
cada mañana y lo impulsa a correr para marcar tarjeta en hora.
Aún con
los asalariados constreñidos a venderse, los dueños de todo debieron tejer una
complicada y gigantesca urdimbre de instituciones destinada a lograr el
consentimiento pacífico de los sometidos a trabajo forzado. La superestructura
ideológica inserta en cada persona el microchip de los valores éticos, morales
y culturales que necesita la reproducción del capital, tal es el sentido último
de la democracia burguesa, principal escenario de la tramoya que maquilla la
ferocidad del sistema y aliena las consciencias. Sin embargo, dado el carácter
social de la producción, los asalariados no pueden ignorar que son una clase
sometida a explotación, su consciencia se debate entre gruesas contradicciones
pero, al mismo tiempo que viven en la alienación, saben de las consecuencias
reales del sistema capitalista. Sólo les queda por dar el paso siguiente y
descubrir la necesidad de tirar abajo el sistema infame.
Se supone
que en el comunismo habrá desaparecido el dominio opresivo de una clase y que
trabajar no se sentirá como la maldición de dios o un sacrificio necesario,
fenómeno que plantea el problema fundamental y decisivo de cómo impulsar a
trabajar y producir sin estímulos materiales. Sin temor a decir un disparate
demasiado grande, cabe pensar que el ritmo de la transición al socialismo, estará
pautado por la medida en que los estímulos morales y políticos vayan
sustituyendo al salario. Los alienados se irán despojando de sus egoísmos, del
afán de lucro y del espíritu de competencia, a la par que incorporarán los
valores éticos y morales que motivan a trabajar concientemente en beneficio de
la comunidad. Uno imagina que las mujeres y hombres del comunismo trabajarán a
pura conciencia, que los impulsará la cultura de la revolución social.
La lucha revolucionaria ya era un inicio en ese camino. El espíritu insurrecto de los revolucionarios fue crisol de nuevos valores, de entrega generosa y desprendimiento total de lo material. Hubo mujeres y hombres que alcanzaron el estadio más elevado de la conciencia social, un proceso maravilloso que en el experimento soviético fue abortado por el surgimiento de la “nueva clase” que parasitó el Estado. Pasaron a vivir del trabajo ajeno como antes hacía la clase propietaria e hicieron prevalecer sus intereses de casta sobre los del pueblo asalariado.
La
epidermis revolucionaria de Raúl Sendic fue alérgica a esa imagen de sociedad
adocenada, cuya vida política se reducía a obedecer las “líneas” bajadas desde
el vértice partidario. En todos sus escritos se trasunta la apuesta a la
conformación de un sujeto político masivo, integrado por mujeres y hombres
erguidos, insurrectos, altamente ideologizados, que han decidido
individualmente transitar hacia el socialismo y no necesitan estímulos
materiales ni empujones para aportar generosamente su esfuerzo a la comunidad.
Quizás el tránsito al socialismo haya que verlo como un proceso de
transformación del espíritu de cada uno de los constructores de la nueva
sociedad, una práctica colectiva que va creando en cada individuo nuevas formas
de relacionarse con los demás. Mujeres y hombres que asumen su responsabiliad
individual frente a la comunidad, se vuelven capaces de conducir por sí mismos
el proceso revolucionario y desarrollan al máximo su potencial intelectual,
todos trabajadores, poetas y filósofos, todos artistas y científicos,
pensadores y creadores al mismo tiempo. Esta visión de la sociedad es una
conclusión de la crítica a los resultados de los experimentos revolucionarios
del siglo XX, donde se condenó los asalariados a una infancia perpetua.
Un pueblo acampado.
José Batlle y Ordóñez vivió en París los días de la Comuna de 1870 y fue contemporáneo de la insurrección de los soviets en 1917. Esas experiencias de poder popular y revolucionario marcaron a fuego sus propósitos políticos, toda la acción del batllismo estuvo dedicada a levantar barreras sanitarias para impedir que el virus de la revolución internacionalista contagiara al pueblo trabajador. Los Batlle no vieron en el Estado solamente una máquina de dar palos, comprendieron que además podía ser empleado como amortiguador para absorber rebeldías y adormecer consciencias. Estatizaron cuanto pudieron, incluso la vida política. Lograron enredar los cuadros políticos en las redes de las estructuras estatales, los transformaron en funcionarios públicos de la política, más preocupados por la defensa de su cargo que por la vida que llevaba el pueblo. La fisiología del Estado funciona en base a burocratizar individuos... Es el fenómeno que se tragó a buena parte de los movimientos revolucionarios del siglo XX. Ocurre hoy mismo en este país.
El Estado
aborrece todos los cambios radicales, es contrarrevolucionario. Quizás por ello
terminaron en desbarranque general los experimentos que quisieron gerenciar el
tránsito al socialismo desde el Estado, errónea concepción que creó rígidas
estructuras de ordeno y mando y cortó de raíz las formas soviéticas de
autogobierno. Quizás para hacer revoluciones haya que irse bien lejos del
Estado, es más, tal vez lo más saludable sea ubicarse en franca oposición a su
aparato burocrático para no dejar que el estado se trague el movimiento de los
de abajo, autoconvocarse y autoorganizarse para crear un nuevo orden totalmente
separado del estatal, un orden sin imposiciones externas, surgido desde las
entrañas del pueblo. La autorganización popular vista como el poder de una
multitud acampada en calles, plazas y centros de producción o de estudio,
dándose esas micro-formas que se reproducen a sí mismas una vez liberada la
fuerza de la iniciativa popular. El movimiento caótico a nivel molecular pero
ordenado como sistema político. El orden que derriba los muros subjetivos que
impiden hermanarse a los individuos, como bien dice Raúl Zibechi, una
dialéctica en que el campamento reactúa sobre sus organizadores, revolucionando
estructuras mentales, conciencias y valores morales, animando a organizar
nuevos campamentos.
Quizás
éste fuera el modo de impedir que una casta surgida de las entrañas del Estado
haga abortar el nacimiento del ser humano de nuevo tipo. La cuestión es
reconstruir lo subjetivo, crear una cultura de participación masiva en las
decisiones políticas. Una cultura irreductiblemente opuesta a la de votar cada
cinco años y luego sentarse a mirar la política en la televisión. No es
simplemente cuestión de aceitar y cambiar engranajes organizativos oxidados. El
problema es cómo recuperar esa capacidad de gobernarse a sí mismos que los
pueblos muestran donde sobreviven comunidades primitivas o en los momentos
estelares de la lucha de clases.
Las armas en manos del pueblo
Para
apoderarse de las tierras, del trigo almacenado y de las mujeres, los más
fuertes despojaron de sus armas a los más débiles y, para defender esas nuevas
propiedades suyas se organizaron en ejércitos. La desigualdad nació de ese
matrimonio por conveniencia entre la propiedad privada y el monopolio de las
armas, pues mientras cada cual tenía su lanza, arco o espada era poco menos que
inevitable el trato de igual a igual. Es con la división de los hombres entre
quienes portan armas y quienes no las tienen que surgió la capacidad para
disuadir, amenazar, coaccionar, coercionar y reprimir, o sea, la razón de ser
del Estado y de sus instituciones (los parlamentos, el gobierno ejecutivo, la
administración de justicia) . Sin ejércitos que los respaldaran, Montesquieu no
habría tenido “poderes” que separar. El tan mentado Estado de Derecho es el
derecho de los protegidos por las armas a dominar los desprotegidos que el
ejército vigila y controla.
Diez mil años de represión armada hacen que se vea como muy natural vivir sometidos a vigilancia policíaco militar. Es un hecho universalmente aceptado. Nadie imagina formas no monopólicas para el uso de las armas, sólo se concibe la exclusividad en manos de un aparato verticalizado. ¡Cómo si ello fuera alguna garantía de paz y felicidad! La gente recién cobra consciencia de la naturaleza real de los ejércitos cuando sufre en carne propia su terrorismo o el del imperialismo y sus mercenarios.
El
verticalismo absoluto es el modo de ser de la pirámide de mandos, obedecer las
órdenes superiores sin pensar, por reflejo automático. Por eso resulta
incomprensible que algunos políticos de la actualidad uruguaya se digan
“soldados” de fulano o de mengano, equivale a vanagloriarse de no pensar. La
vida cuartelera funciona en base al miedo a la democracia y a la igualdad, por
eso mismo su sola existencia pone límites a cualquier forma de libertad.
Mientras los embriones de autoritarismo se mantengan vivos donde existe la
disciplina militar, la democracia sólo llegará hasta las puertas de los cuarteles
y estará siempre bajo tutela.
El
monopolio estatal de las armas perderá todo sentido una vez abolida la
propiedad monopólica de las tierras y de los medios de producción, los pueblos
sólo serán libres si recuperan las armas que les fueron arrebatadas en los
albores de la historia y que hoy están en manos totalmente irresponsables e
inescrupulosas.Es un verdadero contrasentido pensar formas de poder popular y
autogestión con las miras de los fusiles apuntando desde los cuarteles. El
poder popular es el poder del pueblo armado y organizado.
En las comunidades primitivas las lanzas no estaban sujetas a monopolio pero, sin embargo, los asuntos se resolvían en asamblea, pacíficamente, sus integrantes no se asesinaban entre sí hasta exterminarse.... la violencia ha sido el modo de vivir de las sociedades cuyos pueblos fueron expropiados de su derecho inalienable a usar armas. El comunismo no podría ser una sociedad desarmada, pues ello no sería jamás una garantía de paz e igualdad. Por el contrario, el alto grado de consciencia social que predominará en el comunismo, capacitará la gente para emplear las armas de manera racional y responsable en beneficio de la comunidad. Al estar todas y todos armados en el campamento del pueblo organizado nadie podrá imponer nada a nadie. La democracia armada exige un esfuerzo permanente de diálogo, intercambio y coordinación, la base imprescindible de la autogestión popular. Las armas en manos de milicias populares quizás sean la mayor garantía posible de que reine la paz entre las mujeres y los hombres. Un territorio libre de violencia.
Abolición del patriarcalismo
El
patriarcalismo es tan antiguo como los ejércitos. Durante milenios se ha
educado a las niñas y los niños para que lo masculino sea el ejercicio del
poder y el rol femenino sea aceptarlo sin chistar. Esas diferencias se
incorporan al comportamiento con la misma naturalidad que se aprende a caminar,
hasta parece que vinieran codificadas en el ADN humano, que fueran instintivas.
Milenios de impunidad han hecho de la cultura patriarcal una lápida muy pesada
que aplasta los sentimientos de justicia e igualdad y explican que la doble
moral y del doble discurso hayan tardado tanto en cobrar visibilidad política.
Pese a los esfuerzos realizados por Federico Engels, los movimientos
revolucionarios demoraron más de un siglo en descubrir que para alcanzar la
emancipación social es preciso abolir definitivamente el patriarcalismo. Los
cambios en la propiedad no eliminan al bichito patriarcal ni la doble moral ni
la discriminación. ¿Cuán democráticas pueden ser las organizaciones del poder
popular si en la intimidad de la pareja reina la hipocresía patriarcal? El fin
de la dominación de clases es el fin de todas las formas de discriminación, en
particular y especialmente, el sometimiento de lo femenino a lo masculino.
La lucha por desarraigar de las mentalidades las tradiciones del machismo y patriarcalismo será, quizás, el desafío más trascendental del tránsito al socialismo. El proceso debería conducir a nuevas formas institucionales, tal vez un inicio de elllo sea el retroceso de la homofobia frente a la aceptación cultural del matrimonio igualitario. También estamos hablando de relaciones afectivas entre padres e hijos que nada tendrán que ver con las actuales, determinadas por la propiedad privada. La familia burguesa es una forma de relación que parece invariable y eterna, pero que, simplemente por ser producto de la historia es una institución que será transformada en el curso de la revolución social. .
Una nueva
subjetividad diferenciará las mujeres y los hombres del comunismo de los seres
deformados por la alienación y la violencia que produce la sociedad burguesa.
Una revolución en las sensibilidades. Las emociones y los sentimientos de amor
y solidaridad nacerán naturalmente en las personas, no serán más obligaciones
culturales o el cumplimiento de roles predeterminados por las reglas sociales.
Los paradigmas de belleza no serán más modelos impuestos por el consumismo forzoso o la publicidad mediática, una revolución estética en los conceptos de femineidad y masculinidad, en los atributos que se valorarán para cada uno de los géneros y.que pautarán las aspiraciones y proyectos personales. Un cambio radical en las relaciones entre géneros en el trabajo, la amistad y la política. Quizá por ser la revolución más profunda de la subjetividad será la más difícil de acometer y de concretar.
La ley del aparatismo
En el
batallar por sus reivindicaciones específicas, los trabajadores azucareros del
norte uruguayo descubrieron la necesidad de superar formas de lucha que ya
habían agotado, y el sindicato se propuso ocupar las 33.000 hectáreas de un
latifundio para reclamar “tierra para trabajar”, consigna netamente política y
nueva demostración de que no existe lucha social en estado puro. Ese campamento
de “peludos” en el arroyo Itacumbú (1962) fue un hervidero de ideas; de
juicios, valores y sentimientos, algunos que surgían de la experiencia propia y
otros que llegaban junto con las noticias y relatos de las luchas campesinas
lideradas por Julião en el norte de Brasil y por Hugo Blanco en el Perú.
También soplaban vientos que venían de una lejana isla del Caribe. Ideas
dispersas e inconexas, sentimientos de bronca y rebeldía, un revoltijo que
circulaba de fogón en fogón, que despertaba la curiosidad e inducía a
reflexionar. Las tradiciones del marxismo, expuestas en pocas y sencillas
palabras por Raúl Sendic y otros luchadores, ayudaban a explicar y entender los
porqué de los acontecimientos que estaban viviendo, cuáles eran las causas de
la miseria, de dónde provenía la riqueza de los gringos y los estancieros, a
qué juego jugaban los jueces,la policía y los políticos juntavotos.
Al prepararse para tomar las dos estancias y defenderlas del previsible ataque policial, se hizo necesario pasar en limpio el borrador. Las ideas se fueron ordenando de forma elemental y espontánea para darle sentido a la práctica. Una teoría revolucionaria en ciernes, el anticipo de otra que vendría luego, más global y completa, un instrumento de orientación para sacudirse de encima y para siempre patronales, jueces y policía, sobre la cuestión del poder en una palabra. Con sus “ 30 preguntas” de 1968, Raúl Sendic le puso letra a la música que ya sonaba en los oídos de los trabajadores, tanto de los organizados en el sindicato UTAA como de los agrupados en el barrio montevideano de La Teja. La tendencia espontánea a insurreccionarse, ya existente en esos sectores populares, fue la fuerza que dió origen al movimiento tupamaro. Los primeros documentos del MLN(T) sólo pretendieron encauzar hacia un horizonte socialista y revolucionario las luchas sociales que surgen por sí solas de la opresión y la explotación. El movimiento guerrillero de los ’60 se gestó en la lucha de los asalariados, pensaba y actuaba como una especie de intelectual orgánico del movimiento de esas masas insurrectas.
Tiempo
después las cosas cambiaron. Los documentos del MLN(T) en 1971 y 72 se parecen
más a un invento intelectual que a una lectura del pensamiento que circulaba en
bruto por el abajo en movimiento. Se perdió la conexión entre lo que surgía
espontáneamente y el trabajo intelectual de la organización guerrillera. El
trabajo intelectual fue haciéndose orgánico del aparato militar y dejando de
ser orgánico del movimiento de masas. A partir de entonces las acciones armadas
fueron dejando de ser comprendidas de inmediato por los destinatarios de su
mensaje, no las reconocían como propias sino que las sentían ajenas.
Paulatinamente se fueron convirtiendo en simples espectadores de la lucha
guerrillera y se cayó en el mano a mano con las fuerzas represivas, el camino
más corto hacia la derrota. Hubo otros factores determinantes por supuesto,
pero a mi entender personal, el elemento decisivo de la derrota fue el abandono
por parte del MLN (T) de la nterior organicidad se su pensamiento con sectores
asalariados en lucha. en esas condiciones los integrantes de la organización se
transforman forzosamente en predicadores del dogma partidario, revestido de
infabilidad y cientificismo, pero no por ello menos dogmático y sectario.
Desprenderse del entendimiento popular fue la antesala ideológica del
aparatismo militarista..
¿Es irremediable que degenere en aparato verticalizado de ordeno y mando lo que nació pensante, crítico e insurrecto?. ¿Es irremediable que el ser nacido en las entrañas de la clase asalariada, termine en aparato uyos intereses sustituyen los populares? No, de ninguna manera, no es un destino inevitable. No debía haberlo sido para el movimiento tupamaro. Después de tantas derrotas inapelables, se está obligado a repensar tanto las relaciones con el movimiento de masas como las formas organizativas que los revolucionarios se darán a sí mismos. La cuestión es encontrar una vía de escape a la ley del aparatismo que parece haber regido durante todo el siglo XX y en todos los continentes.
El horizonte y las tradiciones autoritarias.
En el horizonte más lejano se vislumbra una sociedad donde las
mujeres y los hombres no deberán vender su fuerza de trabajo y se asociarán
para producir al impulso de su conciencia social. Habrán olvidado completamente
las costumbres y la cultura del patriarcalismo, las funciones del Estado se
habrán ido traspasando hacia el poder del pueblo organizado, que tendrá en sus
manos la administración de las armas así como la planificación central, la
gestión y el control de la producción, el modo más directo de extinguir el
Estado para siempre y de vivir pacíficamente en el comunismo, la democracia
entre iguales.
Parece
obvio que los movimientos y partidos que proclaman la intención de hacer la
revolución, deberían adecuar sus formas organizativas a los rasgos esenciales
de ese horizonte comunista hacia el cual navegan. Sin embargo, por lo general
copian esas estructuras verticalizadas propias del Estado burgués. Una
verdadera paradoja porque en su discurso ideológico proclaman un rechazo
frontal a esas formas que adoptan. ¿Cómo extrañarse entonces que el centralismo
democrático derive en verticalismo y que la autodisciplina consciente se
deforme en obedezco y mando?. ¿Qué clase de revolución se puede pretender si
los revolucionarios se organizan imitando al Estado que se proponen destruir?
Cada
varios años se convoca a un congreso donde se discute el informe –revestido de
cientificidad, por supuesto- que presentan los más destacados mandarines Luego
de aprobados los documentos por las bases del partido, el congreso elige un
parlamento denominado “comité central”, que a su vez designa el organismo
ejecutivo que dirigirá la acción política de los organismos de base. Más que
instancia democrática de elaboración de concepciones y estrategias, el rol de
los congresos parece reducirse a legitimar el elenco que conducirá a la
organización partidaria y que lo hará en base al precepto que subordina los
organismos inferiores a las decisiones tomadas por los superiores. Teóricamente
de esa manera se asegura que el partido actúe con eficacia y potencia pero, en
la práctica, a medida que se suman errores en el vértice de la pirámide, la
desconformidad y la disidencias van ganando el ánimo de la base. Rápidamente se
pierd la capacidad de golpear como un puño único y el partido entra en crisis
hasta desplomarse como castillo de naipes. Apoyado en esta historia de
derrumbes, uno se atreve a mirar críticamente la regla clásica que regula la
fisiología de los movimientos revolucionarios, y a pensar que quizás sea
necesario deshacerse también de tradiciones organizativas ya obsoletas, por lo
menos para no navegar con los ojos abiertos hacia una muerte anunciada: el
aparatismo.
Totalmente disciplinado por los actuales parámetros autoritarios, por mucho esfuerzo que haga uno no logra imaginarse en concreto el comunismo, le parece una utopía inalcanzable, tan difícil de concebir como el espacio-tiempo. La emancipación social es también una revolución total en el sistema de coordenadas mentales, un esfuerzo cultural tan tremendo como el ya realizado en la física de las partículas elementales y en las ciencias del cosmos, el esfuerzo de cambiar radicalmente el modo de concebir las relaciones entre los revolucionarios y de éstos con el pueblo... ¿porqué entonces permitir resabios autoritarios que luego nos empujarán en caída libre hacia el aparatismo?
Apostamos
a la conformación de un movimiento de revolucionarios cuya teoría sea la
síntesis orgánica de las corrientes de pensamiento que fluyen de las luchas
sociales, un tejido más del pueblo armado y organizado, una red de múltiples
centros de decisión anudados entre sí, todos ubicados en un mismo plano
organizativo y abiertos al aire que respiran las masas en movimiento. Para ello
quizás los revolucionarios deban olvidarse completamente del Estado hoy mismo.
Cambiar la estrategia “toma del aparato burocrático-militar” por la de
“estimular la organización consciente del poder popular” hasta que se apropie
de las funciones del Estado y lo extinga para siempre. Es más largo de decir,
pero tal vez refleje con mayor aproximación las concepciones históricas del
marxismo.
Brevísimas disculpas
Tanto en
lo nacional como en lo internacional hay temas muy candentes y de urgente
consideración a los cuales hay que hincarle el diente. Tal vez uno debiera
ahorrarle a los lectores estos “sueños herejes” y dedicarse a encarar
cuestiones de mayor interés. Uno se interroga si no está cayendo en
ensoñaciones inventadas, en elucubraciones abstractas que se apartan de la vida
social. Sin embargo, está claro que no son sólo sueños, sino también
conclusiones extraídas de la experiencia revolucionaria del siglo XX, de la que
triunfó en varios países y de la que fue derrotada en otros; que otro análisis
más de ideas que hace medio siglo circulan entre la masa militante, entre esos
amplios sectores que conservan el ojo crítico, la inquietud intelectual y el
espíritu insurrecto, aún después de sentir como resbalaba entre sus dedos la
arena de castillos que creían muy sólidos. Sacarle punta al mundo futuro es más
necesario que nunca, es un trabajo orgánico a los que pretenden seguir
navegando entre sombras y temporales. No existe otra forma de dar cuenta del
presente que oteando el horizonte.
En tiempos de calabozos microscópicos y horas infinitas, solíamos perdernos en divagues a través de cartitas clandestinas. Fueron los días en que Raúl Sendic escribió su libro, también clandestino, “Reflexiones sobre economía”, sacado de contrabando de los cuarteles y publicado en México con prólogos de Mario Benedetti y Ruy Mauro Marini. Privados del mundo sensorial nos refugiamos en el pensamiento abstracto para seguir vivos y, para no enloquecer del todo, discutíamos arduamente sobre ese socialismo por el cual seguíamos luchando porfiadamente en las catacumbas. Raúl Sendic fue un hombre de pensamiento que, además de expresarlo muscularmente con “remolinos de hechos”, los dejó documentados por escrito, en decenas de artículos, cartas, poemas y entrevistas donde abordaba los problemas concretos del socialismo hacia el cual intentaba mantener firme el timón de su nave. Ellos revelan que sus mayores preocupaciones tenían que ver con los valores éticos y morales que impulsan a luchar contra las consecuencias sociales del capitalismo y transitar firmemente hacia el socialismo. Por eso mismo entiendo que intentar reflexionar sobre estos temas es el homenaje más adecuado a Raúl Sendic, el del pensamiento revolucionario.
Cuántos "antisistema" somos?.-
24/04/2013
Difícil saber, pero somos un montón, no muy grande, x ahora. El destino de la humanidad se vá a decidir en éste siglo, en fecha difícil de determinar también. La praxis ha demostrado que no sirve tratar de organizar las fuerzas de la historia, se dá espontáneamente, pero lo que sí es posible es recabar datos, reunir nombres direcciones y teléfonos y dar pasitos de ordenamiento como nuclearse, reunir fondos, difundir ideas y conocimiento, neutralizar los muros de oscurantismo y desinformación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario