sábado, 24 de septiembre de 2011

EL INCREIBLE CASO FELDMAN.-

13/11/09
El increíble caso Feldman y el último grito de los zombis



El padre de Saúl Feldman no era un montonero abatido mientras libraba un combate con agentes de la dictadura, como declaró públicamente el ex canciller nacionalista Sergio Abreu, sino un simple carpintero de la calle Juan Ramón Gómez y Garibaldi;; un emigrante judío que de armas no entendía nada y de guerrillas mucho menos.


Alberto Grille

Fotos: Carlos Stuart, Antonio Scuro

Del mismo modo que Batlle, Lacalle, Trobo y Penadés, Abreu habló sin saber del tema, repitiendo como un loro un bolazo del diario El País, un horror que surgía de operadores políticos en el diario El País, una auténtica estupidez.

Es que a pesar de lo dicho, ninguno de los que ahora declara sobre el caso Feldman, con propiedad de expertos en Inteligencia, sabe algo al respecto, y mucho menos algo que vincule a la izquierda con el episodio. Todos dicen tener sospechas pero ninguno dice nada de lo que sabe... porque ninguno sabe nada. Pura pavada irresponsable. Es un resultado triste de la situación que acabó con la vida de Mario Morena, la transformación de una situación grave, penosa, preocupante, en una piscina de votos para ponerse a pescar algún tibio sufragio rezagado de tontos con temor a los “tupamaros”.

Se puede ser más claro: no saben nada y hacen gala de una temible irresponsabilidad política. Tenemos datos, aseguran, pero no dicen cuáles. Del mismo modo que Batlle pide a Marenales y a Mujica que le digan a la población si tienen o no que ver con los hechos, los dirigentes blancos deberían entregar a la Justicia esa invalorable información que explicaría un asunto misterioso, sórdido, que demandó la creación de un grupo multidisciplinario para que el juez pudiera entender de qué se trata.





La verdad sea dicha

Mientras la oposición se devana los sesos tratando de encontrar votos entre unas setecientas armas de todo calibre, el juez ha resuelto compartimentar la investigación en reductos estancos, tratando de cerrar el paso a las filtraciones y reservándose para sí -no para el combo de la fórmula blanca- la decisión de asociar los datos que se recaban.

La verdad sea dicha, no había cuarto blindado ni nada que recordara un bunker. El contador murió en una habitación después de pegarse un tiro, antes de que la descarga cerrada de la Policía le abriera 18 orificios de bala en el cuerpo. Un grupo armado para el combate termina de matar, con una ráfaga de fuego cruzado, su única pista posible. Tenía 61 años, ocho perros, un pasado que lo localiza en el “67 uruguayo” como “cercano” a los grupos MUSP (Movimiento Unificador del Socialismo Proletario), un desprendimiento del PS que ese 1º de mayo atacó violentamente a una manifestación de los trabajadores organizados. A pesar de su parquedad, no era extraño que Feldman tomara la palabra en las asambleas de la Facultad de Ciencias Económicas. Su aventura en el MUSP terminó con este, y su rastro por la militancia se pierde siguiendo el del Gordo Luján Molins, el líder de la facción más radicalizada del grupo que integraba Feldman. Todo transcurrió en un par de meses, hace 42 años. Nunca más se volvería a relacionar con la izquierda. Se convirtió en un buen burgués. No tenía vínculos con las organizaciones de su colectividad. No estuvo preso ni se exilió en la dictadura, no se le conocía en las organizaciones de izquierda ni nadie lo vio luciendo otra bandera que la del dinero.

Ese cuerpo abatido por un disparo que salió del cañón de su propia arma, es el de un hombre habituado al secreto, dueño de su soledad, sumido en un mundo aparte, anónimo, del que solía emerger cada mañana para atender negocios, sociedades y cuestiones financieras que eran su medio de vida, conocido desde la década del 90, cuando integraba el directorio del emprendimiento forestal Paso Alto. Hay quién dice que trabó una fuerte relación profesional o comercial con el actual presidente de la Cámara de Industrias, Diego Balestra.

Se llevó los secretos a la tumba. Evitó, a los tiros, las explicaciones que el juez Jorge Díaz quiso preservar pidiéndole dos veces por teléfono que se entregara, y dejó sin responder preguntas que toda la Policía y todo el país se hace.

¿Qué propósito tenía la paciente acumulación del arsenal? ¿Quién colaboró con Feldman en el desarrollo de una logística imprescindible para la adquisición, introducción y traslado del costoso armamento? ¿Por qué además del armamento había lingotes y monedas de oro? ¿Cómo pudo un contador sexagenario preservar el secreto y mantener un arsenal a pocas cuadras del Cuartel del 5º de Artillería, viviendo frente por frente al domicilio del coronel Ricoff, en un país que el tráfico de armas -como las propias autoridades policiales y judiciales saben- eligió como ruta? ¿Por qué concurrió el comisario Rivero, de esa comitiva policial, y qué autoridad investía al hacerlo?





De armas tomar

El armamento de Feldman no era una colección privada ni una antigualla en vitrinas de exposición;; estaba listo para ser gatillado. Si alguna de las armas fallaba, en una habitación contigua a la casa de Shangrilá estaban las piezas de repuesto necesarias. Lo que Feldman guardaba no era un milagroso juego de armeros, era un problema vivo de seguridad ciudadana no bien este depósito cayera en las manos menos indicadas. Percutores, gatillos, caños, espoletas, armas que estaban aceitadas y listas.

Por cierto, de acuerdo a versiones recogidas en la población carcelaria, en las celdas pesadas de los establecimientos la existencia de este espeluznante tesoro era una suerte de mito. No encontraron agendas destruidas ni celulares dañados a propósito, ni computadoras con rastros;; cuando los integrantes del grupo GEO penetraron la vivienda de Feldman, simplemente no tenían información relevante porque Feldman había tenido ese cuidado: todos sus pasos fueron cubiertos, de hecho, mucho mejor planeados que los de la Policía.

Por estas horas la interna policial se debate entre las averiguaciones del caso y el otro asunto, no menos escabroso, de saber por qué se equivocaron tanto al momento de actuar.

El fiscal policial Héctor Di Giacomo conduce un investigación interna. Interrogó a los policías que salieron con vida del apercibimiento a Feldman basándose en el siguiente cuestionario: ¿quién envió dos policías desprovistos de todo cuidado mínimo, que actuaron como si se tratase de pasar un cedulón debajo de la puerta, con el objetivo de detener a un hombre con poder de fuego suficiente para dar batalla a todo un escuadrón durante 48 horas seguidas, sin necesidad de un sólo cartucho más? ¿Cómo pudo quedar el procedimiento de “marcar la casa” (no fueron a detenerlo ni a notificarlo) a cargo de Mario Morena -un funcionario con un año y medio de antigüedad en la fuerza- y de un policía que, según se advierte, es pastor mormón en un templo de la Ciudad Vieja y prefiere no usar las armas en obediencia a sus principios religiosos? ¿Cón que grado de representatividad real se utilizaron las cadenas de mando? ¿Hasta qué punto se utilizaron las apropiadas o se saltearon los grados jerárquicos? Pero, básicamente, ¿por qué eliminaron la única pista posible?



“¿Feldman?, la comisaría”

Hay un movimiento clave que la Policía todavía no consigue desentrañar en este encastre de sucesos increíbles: el insólito llamado del comisario Rivero comunicándole a Feldman que su casa en Aires Puros se incendiaba, con lo cual se descubría su arsenal y él mismo podía sentirse definitivamente condenado.

Feldman acude a la casa de Aires Puros, la encuentra rodeada por bomberos y agentes de seguridad y huye del lugar para recluirse en Shangrilá, donde la Policía lo encuentra después de haber hallado boletas de una veterinaria que aportan el nombre de Feldman y su posible paradero.

Tanto Morena -el agente abatido por Feldman- como V.T. que lo acompañaba, se presentan momentos más tarde en la Comisaría de Shangrilá solicitando apoyo de esta dependencia para localizar la casa de Feldman;; una agente concurre con ellos al lugar.

Desde que el incendio de Aires Puros reveló que la casa -aparentemente común y corriente, casi deshabitada, anteriormente vivienda de un alto militar- era un nido de pistolas, fusiles, granadas y todo tipo de armamento pesado, alguien parece adueñarse del procedimiento con la pretensión de encubrirlo, o bien obtener mérito personal con ello.

Feldman no cayó abatido al final de una larga búsqueda, ni es el desenlace de una paciente investigación;; no recaían sobre este misterioso vecino del balneario de Shangrilá capturas internacionales ni preguntas sobre su paradero, no era una pista ni parte de un operativo ni punta de una madeja policial, hasta que algo desató el incendio de su casa en Aires Puros y reveló que, en Uruguay, un contador de pocas palabras podía acumular y mantener durante años un arsenal de guerra en el interior de su casa como si se tratase de una colección de sellos.

Dicen que las armas las carga el diablo, Feldman, contador, las administraba. De las armas que lograron superar el apuro de su propietario por borrar los registros de identificación, ninguna coincide hasta el momento con numeración militar.

El cuerpo de Saúl Feldman, enfermo de un cáncer terminal de colon, muerto por mano propia pero lleno de agujeros de balas ajenas, ha cobrado en estos días el insospechado destino de convertirse en un cadáver político. Se comenta que, sabedores de los 90.000 pesos que el sepelio de su familiar les implicaba, sus familiares reunidos se excusaron de reclamar el cadáver. Al fin y al cabo, si tenía cuatro cédulas, habría dicho, bien podía no ser su pariente.

Para Ricardo Percibale, el fiscal de la causa, sería absurdo no considerar las responsabilidades militares. Se trata de un volumen de armamento que puede sostener el fuego de 270 personas (la superabanda, con sólo 18 integrantes, puso en jaque durante un par de años a toda la policía). Sólo alguna de las cajas de municiones encontradas en Aires Puros pesa 80 kilos. ¿Por qué no incluyen Lacalle, Batlle, Trobo y Penadés la posibilidad de que estemos en presencia de un arsenal destinado a mano de obra desocupada de los tiempos de la dictadura?

Las modalidades son múltples, no solamente cabe la hipótesis de que tuviesen por destino el narcotráfico apostado en las favelas brasileñas, las fuentes revelan que este tipo de armamento eventualmente podría alquilarse para operaciones logísticas como quien renta un auto o una flota de camiones, como si se tratase de un supermercado de armas.

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